
Soy hematólogo y debido a este trabajo he podido tener contacto, para mi muy importante, con pacientes de leucemias y otros tumores de nuestra especialidad. Es un honor poder ayudar como médico directamente y como asesor, conferenciante y “tertuliano” a todos ellos y sus familias así como a la propia organización de la que me siento parte.

Recuerdo que a mediados de mayo de 1992 comencé a sentirme cansada, y todos me decían que sería porque tendría anemia. En casa yo comentaba si me estaría poniendo mala del corazón. Estaba tan agotada que me llegué a probar ropa sentada en el suelo del probador de alguna tienda. En el colegio en el que daba clases, me decían los compañeros que claramente sería una anemia porque tenía los párpados y los labios muy pálidos.
A primeros de junio fui al médico… y claro, lo primero fue hacerme una analítica. El viernes 12 recogí los resultados del análisis, los cuales fueron muy alarmantes. Tuve que ir directamente al Hospital Universitario de Badajoz (antes Infanta Cristina), donde me estaban esperando para ingresar inmediatamente en Hematología, porque tenía 4 puntos de hemoglobina, cuando -como sabéis-, lo normal es tener de 12 en adelante.
El diagnóstico fue horrible: Leucemia Linfoide Aguda, aunque en esos momentos a mí no me dijeron nada, solo que era una ‘anemia de caballo’. Fueron tres meses de ingreso. El primero de ellos estuve totalmente aislada, con solo un acompañante, con todo esterilizado y sin que mis familiares y amigos pudieran entrar en mi habitación del hospital (solo verme a través de una antesala acristalada). Me dejaron llevarme de todo para que estuviera como en casa (camisones y batas míos, televisión, radiocassette, libros, estantería, carteles, etc.). El segundo y tercer mes, estuve compartiendo la habitación con una niña de 5 años de Llerena, con la que sigo teniendo amistad. Tuve durante todo este periodo sesiones de quimioterapia, extracciones de médula y analíticas casi diarias. A los dos meses del ingreso, me dieron un día de permiso para ir a casa, por lo cual me puse muy nerviosa, pero muy contenta también. Por fin, el 15 de septiembre, alta tras el verano completo de ingreso en el hospital.
En enero de 1993 tuve la primera caída de pelo. Los siguientes 2 años fueron de consultas externas frecuentes con analíticas, extracciones de médula ósea, punciones lumbares, radioterapia craneal y quimioterapia (algunas veces tuve que ponérmelas de pie porque no había hospital de día como ahora). Se me cayó el pelo dos veces más (en 1994 y en 1995); y como por entonces no había la variedad de sombreros y turbantes que ahora, me compré una peluca en Madrid, hecha a medida. En diciembre de 1994, y según el protocolo del tratamiento que me aplicaron (de 2 años y medio) me dieron el alta porque estaba en remisión completa (no tenía ya células leucémicas en mi sangre).
Sin embargo, en junio de 1995, tuve una recaída de la enfermedad y tuve que volver a empezar con tratamientos médicos al haber reaparecido la leucemia. En octubre de ese año me casé y a la vuelta del viaje de novios, me comunican que necesito un trasplante de médula ósea, el cual hasta ese momento no creían que fuera preciso.
En enero de 1996, vamos al Hospital Puerta de Hierro de Madrid para comenzar el proceso de trasplante y a hacernos infinitas analíticas, porque tengo la gran suerte de que mi única hermana es totalmente compatible conmigo. El día 4 de marzo de 1996 fue el día 0 del trasplante de médula ósea. Fueron días de tratamiento muy intensivo, de transfusiones de sangre y de plaquetas procedentes de familiares y amigos que habían donado. A los 9 días, muy pronto según los médicos, en las analíticas ya se veía que la nueva médula ósea había “prendido”.
Al mes, me surge el EICH (enfermedad de injerto contra huésped) por toda la piel y las mucosas; e incluso también en los ojos. Es grave y fuerte, pero al no afectar a ningún órgano vital se hará más o menos llevadero (dentro de lo que cabe). Por eso, me hacen fotos para estudios y revistas de investigación.
Dos meses más tarde, fui dada de alta del hospital, pero tuve que seguir viviendo en Madrid porque tenía que ir al hospital varias veces a la semana para seguir recibiendo los tratamientos en consultas externas y, por orden médica, tuve que hacer ejercicio con las piernas por la pérdida de masa muscular que me provocó el trasplante y aún hoy no la he recuperado.
Como me encuentro bien, en el año 2000 vuelvo a la Universidad para estudiar Biblioteconomía y Documentación (antes había hecho Magisterio).
Ante este recorrido vivencial, en una charla informativa de ADMO en Montijo, mi hermana se incorporó a la asociación y me implicó también a mí y a mi marido. Al cabo del tiempo las dos hemos sido miembros de la Junta Directiva (ella vocal y yo secretaria).
Actualmente estoy en ADMO atendiendo en el Hospital Universitario de Badajoz a las personas que llegan a hacerse el tipaje para ser potenciales donantes de médula ósea, a los que previamente se les ha dado cita.

Nuestra historia de relación con ADMO comienza cuando se puso en marcha el Programa de Donación de Sangre de Cordón del SES allá por noviembre de 2007, ya que desde el comienzo de dicha recogida nos vimos voluntariamente involucrados personal y profesionalmente con dicha labor, hecho que provocó que se creara un lazo muy estrecho entre nosotros y la Asociación, hasta el punto de colaborar con ADMO en algunas campañas de difusión de la donación de Sangre de Cordón y en la participación como docentes en cursos destinados a profesionales sanitarios para promover, divulgar y enseñar el proceso de dicha donación.
Gracias a ADMO, la recogida de sangre de Cordón Umbilical en nuestra región se convirtió en una realidad y gracias a ello también nosotros nos convertimos en un eslabón de esa cadena tan bonita de solidaridad como es la Donación de Sangre de Cordón.

Mi historia con ADMO pese a ser breve de momento, es muy bonita e intensa. Llegué a ADMO a través de varias vías, por un lado una de mis compañeras de universidad estaba trabajando aquí, y había llegado la necesidad de una psicóloga a mis oídos; y por otro lado un colega de Badajoz también me habló de esta posibilidad porque conocía a Virtu. Pensé que no era casualidad y que algo me estaba esperando en ADMO, y me decidí a probar en el fascinante mundo de la asociación y la oncohematología. Para mí es un verdadero regalo contar con el equipo que tengo y hacer la labor de acompañar a todos los pacientes y familiares en el proceso de enfermedad. Poder mirar, escuchar, saborear y sostener toda la experiencia de enfermedad desde el inicio hasta el final con ellos es un regalo porque ellos me (nos) lo permiten, porque hay un equipo sanitario magnífico, porque hay donantes, y porque ADMO hace de una labor necesaria una forma de relacionarse con el mundo.